Resulta que hace un par de semanas, cuando llegué a casa un viernes por la tarde, mi marido me sorprendió con un plan para esa misma tarde. ¡Nos llevaba a montar a caballo!
Ya llevaba algún tiempo diciéndome que tenía ganas de volver a montar, que podíamos llevar a los niños, pero al final, por unas cosas y por otras, el plan no terminaba de cuajar, hasta hace un par de semanas.
Así que después de merendar, pusimos rumbo al picadero de caballos. Por el camino, le íbamos diciendo al mayor lo divertido que es montar a caballo, lo bonitos que son los caballos, que le iba a gustar,… le íbamos mentalizando, para que cuando llegásemos no nos dijese que no montaba.

No es la primera vez que ve caballos. Ya os enseñé en Instagram cómo le gustaba acercarse a dar de comer a unos caballos que hay en el pueblo de mi marido. También los ha visto en algún desfile, en la cabalgata de Reyes,… pero lo de montar a caballo era una experiencia nueva.
Cuando llegamos, había caballos metidos en boxes y un par de ellos en clase de equitación. Le asombró verlos tan de cerca, ver los boxes, iba expectante… Su padre le subió a hombros para que pudiese acariciarlos…

Lo mejor vino cuando por fin pudo montar a caballo. El caballo que usan para niños pequeños, niños con alguna discapacidad,… es un bretón enano, con mucha resistencia, no se encabrita y, sobre todo, con mucha paciencia: «Capitán Fanega«

El pequeño no quiso ni acercarse. Cuando quisimos que montase junto a su hermano, se puso rígido como una tabla y no hubo manera.
Os dejo las fotos de esta aventura, que seguro repetiremos porque el mayor de vez en cuando pregunta cuándo vamos a ir a los caballos.
¡Yihaaaa!
